Las golondrinas
Han vuelto las golondrinas como todos los años, bulliciosas, alegres, vivarachas, con sus chirridos estridentes. Algunas lamen con sus alas los cristales de los ventanales. Los mosquitos y las moscas huyen despavoridos ante su presencia, y algunos buscan refugio en la casa para escapar de los ávidos picos.
Hace unos días, una de ellas se coló en la casa a través de la ventana abierta de par en par de la habitación donde está ubicada la biblioteca. Quizá se sintió atraída por los libros, y fuera una golondrina amante de las letras. El caso es que en su vuelo acabó atravesando media casa y fue a parar a la bañera del baño exterior, y allí estaba aleteando asustada. No podía levantar el vuelo pues sus patas son demasiado cortas, por eso nunca se posan en el suelo. La cogí con mi mano y la acaricié en su diminuta cabeza, y sus ojos como alfileres negros se quedaron mirándome asombrados. Me dirigí a la terraza, y allí la solté, y alzó el vuelo alborozada confundiéndose entre las numerosas compañeras que en ese momento volaban frente a la casa. Así fue como por primera vez en mi vida tuve en mi mano a una golondrina que parecía asustada, y al mismo tiempo esperanzada.
Antonio Rubio